Expiación (Anagrama, 2017), de Ian McEwan y traducido por Jaime Zulaika.
Una casa de campo, en pleno verano, mucha gente y muchas chispas que saltan y crean incendios mayores. Así es esta novela.
El roce hace el cariño, se suele decir, y en Expiación (Anagrama, 2017), de Ian McEwan, el roce de tantos personajes crea una trama narrativa que no se debe perder ningún lector. En el libro salen (o, al menos, se nombran) al padre de familia Tallis, a la madre, a los tres hijos (de mayor a menor: Leon, Cecilia y Briony), al hijo de la criada (Robbie Turner), a la propia criada (Betty), a la tía de los niños (Hermione), al ex-marido de esta (Cecil) y a los hijos de estos (Lola y los gemelos Jackson y Pierrot), entre otros muchos personajes.
Resulta, por tanto, un poco asfixiante acordarse de todos, de sus características y sus pormenores, pero McEwan los retrata con una facilidad de pluma extraordinaria. En esta obra importa mucho más el fondo que la historia en sí. La interiorización de Briony, la relación entre Cecilia y Robbie y otras demuestran que McEwan busca adentrarse en los personajes, ahondar en sus sentimientos, sus psiques y sus conflictos internos y externos. Llega, incluso, a describir cómo Lola muerde un trozo de chocolate ofrecido por Paul Marshall, amigo de Leon Tallis, y cómo la sensualidad rodea la escena te hace pensar que McEwan es un maestro de esto.
La madre de los Tallis, siempre con migraña, y el padre de los Tallis, siempre fuera de casa, componen el coro solemne de la obra. Ella, preocupadísima por el cuidado maternal que no les ha dado a sus hijos por su migraña se culpa frecuentemente. Él, despreocupado a simple vista y extremadamente estricto cuando está en casa.
En la segunda parte del libro, Robbie Turner, después de haber sido acusado de un delito que se expone al final de la primera parte, se ha marchado para combatir junto a los Aliados en la Segunda Guerra Mundial, de la que intenta volver recorriendo territorio francés y esquivando bombardeos alemanes hasta Dunkerque. En esta parte se refleja la tremenda crueldad de la guerra. McEwan retrata a los muertos, a los que siguen con su vida normal pese a los bombardeos, a los que gimen o reclaman un mísero vaso de agua mientras agonizan en una cuneta avasallados por las ametralladoras teutonas. Robbie vuelve porque Cecilia le espera tras el Canal de La Mancha.
Cecilia se ha peleado con su familia por culparles de algo que ella confía que Robbie no ha hecho. Cecilia hace, en definitiva, de Penélope, mientras que Robbie es un Ulises que vuelve de la guerra porque su amada le está esperando. Gran familiaridad aquí.
Cada personajes es fascinante por cómo McEwan lo describe y le crea una historia y un aura personalizada a su alrededor. La historia va conjuntada con sus personajes y juntos crean una obra modélica, eterna, de esas que sobresalen. Expiación ha enviado al intelectual McEwan directo a mi lista de autores favoritos sin duda.